sábado, 29 de marzo de 2014

LA ESCUELA PUBLICA Y EL ORIENTADOR SOCIAL



Título: El rol de la escuela pública - estatal en la intervención social. El papel del orientador social en el marco institucional escolar. Una reflexión sociológica.
Autora: Florencia Esther Graziadío

¡Entra gozoso, hijo mío!... Si no vienes ahora y aprendes siquiera a leer,
¿Cuándo aprenderás algo?... y si no sabes nada, ¿en qué podrás trabajar?...
¡Razón te sobra para venir gozoso!
                                                                                                   Hombre ya, ¿qué serás? ¿Industrial? ¿Agricultor?
                                                                          ¿Aviador? ¿Electricista? ¿Mecánico? ¿Médico? ¿Comerciante?...
Por mi puerta se pasa hacia todos los oficios y todas las profesiones.
¡Ojalá sepas agradecer el beneficio que recibes al poder entrar en mí!
¡Ojalá me recuerdes siempre con alegría, cuando, hombre ya,
                                                                                pases ante mí y me saludes agradecido por el bien que te hice!
         
(“La escuela”, poesía de Constancio Vigil, publicada en el libro Marta y Jorge (Ed. Atlántida, Bs. As., 1927) 

¿Como empezó todo?

Si hiciéramos un recorrido histórico que explicara cuál fue el rol principal de la escuela pública – estatal, seguramente argumentaríamos que cumplió un rol trascendental en la creación de un sujeto con conciencia nacional y ciudadana que permitiera construir un modelo de nación. ¿Que significa crear sujetos con conciencia nacional y ciudadana? Significa establecer un referente de sujeción a seguir para formar a “todos” los sujetos que conforman esa nación con los mismos criterios; es decir homogenizar a la población. Para poder pensar en ello es necesario reflexionar acerca de lo que significa ser ciudadano. La ciudadanía es un elemento clave y definitorio para construir una nación. Significa pertenecer (desde lo ideológico y material) a un proyecto concreto de país. Implica pertenecer e interactuar en una comunidad a partir del ejercicio de ciertos derechos y obligaciones que competen al “ser ciudadano”[1]. Desde ahí, significa plantear un umbral de igualdad amparado por un estatuto, una ley. La ley prohíbe y habilita a todos por igual, por lo tanto, hablar de ciudadano, implica considerar una relación directa y estrecha entre esa ley de igualdad y la construcción de un modelo de sujeto para un estado – nación. El contenido de esa Ley, emana de dos instituciones fundamentales, como son la familia (nuclear burguesa) y la escuela (Corea, Lewkowicz, 2004). Ambas, como instituciones fundantes del ordenamiento y organización de una sociedad, plantean ciertos valores como los aceptados social y legalmente para incluir y/o excluir (dentro de la dinámica social) a aquellos sujetos que posean (o no) esos valores preestablecidos. De modo que podríamos decir que el modelo de ciudadanía contempla a la escuela y la familia como instituciones que intervienen de manera directa y específica en la construcción de un sujeto ciudadano, es decir que los sujetos que no respondan a las categorías y valores preestablecidos en este modelo, quedan excluidos en la composición de dicho modelo. Sin embargo ¿es posible construir ciudadanía fuera de los paradigmas familia y escuela? Creo que la respuesta podremos ensayarla hacia el final de este trabajo. Pero cabe reflexionar acerca de la posibilidad concreta de existencia de modelos antagónicos y/o diferentes a los construidos en las décadas pasadas. La década de 1990 fue una etapa que propició y arengó la construcción de modelos de (anti) ciudadanía opuestos y/o diferentes a los conocidos anteriormente. Las diversas políticas gubernamentales implementadas durante este período, muestran un cambio de rumbo y una clara adhesión al modelo neoliberal. Lo cual implica considerar reformas como la Ley Federal de Educación, la desregulación estatal – institucional, la privatización y vaciamiento de áreas que hasta ese momento, habían sido competencia del estado, la desatención y desinversión en un sistema de salud pública, la devastación de la fase productiva, el aumento de la especulación financiera y la fuga de capitales, la privatización de los “espacios públicos” (Proyecto “Puerto Madero”, por ejemplo), el aumento de la desocupación y la precarización laboral como los elementos más destacados y representativos del período. Cabe considerar, además, que todos estos sucesos si bien ocurrieron directamente en Argentina, no fueron aislados de un proceso global que afectó y/o benefició también a otras naciones/regiones del mundo. Esto demuestra que si bien el proceso de globalización apunta a lograr la unidad del mundo, esa unidad no significa la integración de todo el mundo; la integración queda solo para unos pocos, unos pocos que disponen lo necesario para lograr esa inclusión; el resto quedan del otro lado. Por eso la caracterización de países con globalización pasiva (los países que adoptaron las formas de globalización pasiva desmontaron buena parte de sus mecanismos de intervención estatal, buscando ofrecer mejores condiciones a los eventuales inversores extranjeros. Así, los Estados se hicieron más débiles y, simultáneamente, aparecieron o se consolidaron actores privados más fuertes. También, la necesidad de nuevas inversiones extranjeras o el deseo de retener las existentes, condujo a los gobiernos a suprimir legislaciones laborales que, supuestamente, entorpecían la competitividad de sus producciones reales o esperadas) y globalización activa (“la posición activa en la estructura del mundo globalizado les permite a dichos países recoger los beneficios que provienen de la acción de sus empresas con implantación mundial, mejorar sus exportaciones y adoptar mecanismos proteccionistas para impedir la entrada de importaciones en ciertos rubros y, además, emplear la influencia directa de los aparatos estatales para obtener ventajas, usando las presiones de la política internacional”), (Sidicaro, 2002). Estas categorías de análisis parecen claras y pertinentes para entender los fenómenos que han atravesado países como Argentina durante la década del 90. A partir  de todo esto es preciso reflexionar acerca de los componentes señalados en la conformación del/los modelos de ciudadanía considerados, ya que en todos los casos existe la idea de un modelo de nación (claro que en posiciones equidistantes).
Todos estos acontecimientos no son simples enumeraciones, sino que intentan contextualizar y explicar (de alguna manera) que elementos cambiaron en la conformación de nuestra sociedad (y de la sociedad global, ya que hoy es imposible poder pensar en lo local sin considerar lo global) y en la construcción de los modelos de ciudadanía que llevaron a que el rol de la escuela pública estatal debiera, también, cambiar los modelos de subjetividad a construir.

¿Cómo seguimos?

A partir de todo lo planteado, nos preguntamos entones, ¿Qué lugar asume la escuela frente a la fragmentación? Como bien señala Lucia Cid Ferreira, “la escuela, como institución, es un ámbito de socialización en las normas y valores sociales dominantes, y de formación en las habilidades y aptitudes que requiere el mercado; pero es también espacio que propicia la proyección del individuo hacia una función útil a realizar en la sociedad, que le posibilitará ser alguien, y que lo ligará con algún sentido en un lazo social (p. 26), y creo que es en estos últimos puntos donde la experiencia escolar actual se ha fragmentado: el sentido de ir a la escuela y llevarme algo bueno, algo que me permita conservar mi dignidad humana y me permita proyectarme como sujeto – ciudadano. Nos encontramos frente a una escuela colapsada y desbordada por la “cuestión social”, la escuela pública estatal hoy, se limita a contener sujetos que, de no existir esa escuela, andarían “como bola sin manija” errantes por “el mundo” -SU mundo, el mundo de la exclusión, del maltrato, de la pobreza (estructural)-. Lo aún más triste y lamentable es que a pesar de esa contención miserable que la escuela pública estatal les brinda a las poblaciones más vulnerables, éstas no pueden siquiera lograr una inclusión aceptable (o sencillamente inclusión) a la estructura social, ya que el contexto que los rodea, los influye negativamente y hace que “sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales, estén por debajo de sus realizaciones potenciales” (Cid Ferreira: 2). Esto es lo que Galtung denomina violencia estructural, ya que la capacidad tangible de realización que posee el individuo se encuentra muy por debajo de las expectativas imaginables que éste aspira o aún podría tener, es claro que esta situación es muy difícil de revertir cuando el proceso de fragmentación y empobrecimiento en el cual están inmersos estos sujetos, avanza a pasos agigantados y aumentan geométricamente las brechas posibles de reversibilidad; es por eso que se habla de violencia estructural; la situación que estos individuos enfrentan es violenta, pero además es (casi) imposible de revertir. No obstante lo planteado, también es importante focalizar en otro punto: la escuela pública estatal, como institución representativa y reproductora de ciertos valores y concepciones sociales dominantes, ha tenido una participación más que activa respecto al período de 1990, y aún lo tiene. Quisiera dar un ejemplo ilustrativo/alegórico del lugar que ocupa la escuela desde la época señalada hasta hoy: Si tenemos una mesa y a ésta se le rompe una pata, sabemos que es inmediata la necesidad de repararla para que no se destruya por completo, ¿verdad?. Ahora bien, si no tengo dinero y yo misma no se reparar la pata, entonces la emparcharé y seguiré utilizándola normalmente hasta poderla reparar definitivamente (poniendo el peso habitual sobre ella, o quizás aun más, ya que “lo normal” parece ser mayor debido a su estado de rotura). Pero si la mesa me sirve así como está, y no me ocasiona mayores trastornos, es probable que NUNCA la repare, ya que a mis fines, es igual de útil. Así, seguramente pasará el tiempo y comience a tener otros trastornos (se aflojen clavos, se mueva, etc.) o quizás se rompa otra pata… en definitiva, quizás esa próxima rotura me obligue a desechar la mesa porque ya no sirva para su cometido a causa de su deterioro… La actualidad de la escuela pública estatal es semejante al estado de esa mesa con la(s) pata(s) rota(s); sobre ella recaen todas las necesidades de asistencia, de deber, de atención básica, de alimentación (¡!¿?), ¿algo más? Es por esto que si bien es importante realizar una crítica (constructiva) respecto al deterioro que atraviesa hoy la escuela pública estatal, también es importante señalar que es esta misma escuela la que se puso en primer plano como institución asistencialista y contenedora de las problemáticas que atravesaban a las poblaciones que por ellas transitaban. El discurso de la posibilidad de elección entre la educación pública estatal y la educación pública privada es una demagogia, ya que quienes pueden elegir, lo hacen solo (o casi) dentro de la educación pública privada; es decir que los restantes (por descarte) que quedan del lado de la educación pública estatal, no eligen quedar ahí, en realidad, no les queda otra posibilidad debido a su condición material, cultural y debido, también, a las cada vez, más escasas oportunidades de revertir dichas situaciones socialmente desventajosas. Es por eso que “la posición ocupada en el espacio social, es decir, en la estructura de la distribución de los diferentes tipos de capital (cultural, social, económico y simbólico), que son también armas, dirige las representaciones de ese espacio y las tomas de posición en las luchas para conservarlo o transformarlo” (Bourdieu, 2003: 38). Esta afirmación permite pensar que para poder “elegir” es necesario antes poder “tener”, sin esa condición previa será muy difícil revertir una situación desventajosa para cierta clase social, es por eso que “las representaciones del espacio y las tomas de posición en las luchas” para las poblaciones cautivas de la escuela pública estatal, se vuelven como guerras perdidas de las que es muy difícil (o casi imposible) recuperarse.            

¿Dónde estamos hoy?

La ley de educación nacional, en el articulo 11, establece los fines y objetivos centrales de la política educativa nacional, dentro de los cuales se enumeran: “a) Asegurar una educación de calidad con igualdad de oportunidades y posibilidades, sin desequilibrios regionales ni inequidades sociales. b) Garantizar una educación integral que desarrolle todas las dimensiones de la persona y habilite tanto para el desempeño social y laboral, como para el acceso a estudios superiores. c) Brindar una formación ciudadana comprometida con los valores éticos y democráticos de participación, libertad, solidaridad, resolución pacífica de conflictos, respeto a los derechos humanos, responsabilidad, honestidad, valoración y preservación del patrimonio natural y cultural. d) Fortalecer la identidad nacional, basada en el respeto a la diversidad cultural y a las particularidades locales, abierta a los valores universales y a la integración regional y latinoamericana. e) Garantizar la inclusión educativa a través de políticas universales y de estrategias pedagógicas y de asignación de recursos que otorguen prioridad a los sectores más desfavorecidos de la sociedad. f) Asegurar condiciones de igualdad, respetando las diferencias entre las personas sin admitir discriminación de género ni de ningún otro tipo. g) Garantizar, en el ámbito educativo, el respeto a los derechos de los/as niños/as y adolescentes establecidos en la Ley N° 26.061. h) Garantizar a todos/as el acceso y las condiciones para la permanencia y el egreso de los diferentes niveles del sistema educativo, asegurando la gratuidad de los servicios de gestión estatal, en todos los niveles y modalidades. i) Asegurar la participación democrática de docentes, familias y estudiantes en las instituciones educativas de todos los niveles. j) Concebir la cultura del trabajo y del esfuerzo individual y cooperativo como principio fundamental de los procesos de enseñanza-aprendizaje. k) Desarrollar las capacidades y ofrecer oportunidades de estudio y aprendizaje necesarias para la educación a lo largo de toda la vida. l) Fortalecer la centralidad de la lectura y la escritura, como condiciones básicas para la educación a lo largo de toda la vida, la construcción de una ciudadanía responsable y la libre circulación del conocimiento. m) Desarrollar las competencias necesarias para el manejo de los nuevos lenguajes producidos por las tecnologías de la información y la comunicación. n) Brindar a las personas con discapacidades, temporales o permanentes, una propuesta pedagógica que les permita el máximo desarrollo de sus posibilidades, la integración y el pleno ejercicio de sus derechos. ñ) Asegurar a los pueblos indígenas el respeto a su lengua y a su identidad cultural, promoviendo la valoración de la multiculturalidad en la formación de todos/as los/as educandos/as. o) Comprometer a los medios masivos de comunicación a asumir mayores grados de responsabilidad ética y social por los contenidos y valores que transmiten. p) Brindar conocimientos y promover valores que fortalezcan la formación integral de una sexualidad responsable. q) Promover valores y actitudes que fortalezcan las capacidades de las personas para prevenir las adicciones y el uso indebido de drogas. r) Brindar una formación corporal, motriz y deportiva que favorezca el desarrollo armónico de todos/as los/as educandos/as y su inserción activa en la sociedad. s) Promover el aprendizaje de saberes científicos fundamentales para comprender y participar reflexivamente en la sociedad contemporánea. t) Brindar una formación que estimule la creatividad, el gusto y la comprensión de las distintas manifestaciones del arte y la cultura. u) Coordinar las políticas de educación, ciencia y tecnología con las de cultura, salud, trabajo, desarrollo social, deportes y comunicaciones, para atender integralmente las necesidades de la población, aprovechando al máximo los recursos estatales, sociales y comunitarios. v) Promover en todos los niveles educativos y modalidades la comprensión del concepto de eliminación de todas las formas de discriminación”. En términos similares también se enuncian estos principios y objetivos en la Ley Provincial de Educación, solo que cada objetivo se halla acotado a la jurisdicción provincial. Si bien esta enumeración de propósitos es sumamente completa (además de compleja) y prometedora para lo que es toda la educación pública, la realidad es que el cumplimiento óptimo de cada uno de estos ejes, en lo que respecta a la educación pública estatal, es bastante dificultoso de lograr; debido a la influencia de factores ajenos (pero importantísimos a considerar) al área educativa, a saber: la situación social (laboral, familiar, individual) y la situación institucional, donde se contempla la acción de la escuela en relación a una política nacional y provincial que establece y regula las acciones a seguir y las partidas financieras a invertir para lograr los objetivos (planteados) esperados.
Es necesario explicar, para poder pensar en este giro rotundo que ha tenido la educación pública estatal, que a partir de la implementación de la Ley Federal de Educación la educación pública de gestión privada adquiere un reconocimiento semejante al de la educación pública de gestión estatal. A partir de ahí comienza a establecerse una dicotomía positiva – negativa entre cada una. De modo que “la educación pública estatal, se asoció con la burocracia y la regulación excesiva, con la consecuente ausencia de innovación y la falta de eficacia y eficiencia en la utilización de los recursos. En cambio la educación pública de gestión privada, fue caracterizada como un espacio de mayor autonomía y con potencial de innovar y formular su propio proyecto educativo, vinculada con la posibilidad de los padres de elegir la educación de sus hijos” (Feldfeber, 2003: 118). Desde aquí estamos en condiciones de decir que nos encontramos con la mesa de las dos patas rotas (o quizás rota del todo)… la escuela pública estatal se encuentra completamente atravesada por la problemática social. A tal punto que la funcionalidad inicial que supo tener la institución pública estatal –a saber, la construcción de un sujeto ciudadano, útil y dotado de capacidad para la realización de un proyecto nacional de país- hoy se encuentra tergiversada y cambiada en función a cumplir un rol contenedor de carácter facilista, donde el único objetivo es que los niños no estén fuera de la escuela: es decir, “contención sin contenido”. Como bien señala Lucia Cid Ferreira, “el imperativo de la “escuela inclusiva” en el contexto de las políticas neoliberales ha propiciado el facilismo que vino a constituirse no sólo en un factor de decadencia educativa, sino también de seria alteración de las relaciones entre docentes, padres y alumnos”(p. 26); es decir que la consigna a seguir (pautada por la ley educativa) es facilitarle a los alumnos la mayor cantidad de posibilidades para que aprueben materias y pasen de año; y esto implica mantener “contentos” a los alumnos y, no menos importante, también a los padres; quienes, en muchas ocasiones utilizan a la escuela como “deposito/guardería” de sus hijos (y de sus propios problemas) (Cid Ferreira). 
En una investigación relacionada con la problemática escolar, a cargo de Lucia Cid Ferreira y otros investigadores, es pertinente citar textualmente la opinión de una profesora de una escuela pública estatal del nivel medio del territorio argentino que da cuenta de esta problemática: “…la escuela ha perdido su rol, su función de formadora, ya ese objetivo primordial ya no, ahora tenemos que ser psicólogas, asistente social, dar de comer, buscar ropa, buscar calzado, contener al chico, saber si se droga, si no se droga, si le pegan, si lo violan... Entonces esa acción de asistencialismo, y por supuesto que nos está haciendo perder la esencia de la escuela media”. Por supuesto que esta percepción nos predispone a otra reflexión, no menos importante, que tiene que ver con plantearnos cual es la promesa o esperanza que le brinda la escuela pública estatal a su población cautiva, y la respuesta es contención, sí, contención en detrimento de formación, formación que les brinde la posibilidad, en principio, de proyectarse como individuos pertenecientes a una sociedad con ideales y valores para reproducir y mejorar; pero que además les permita, al menos, obtener un trabajo, aunque más no sea precario para subsistir (Cid Ferreira). En realidad, la posibilidad de la precariedad laboral no existiría si el contexto que estamos describiendo tuviera mecanismos de inclusión con contenido; por lo tanto, si fuera así, los sujetos que transitan la escuela pública estatal tendrían la misma accesibilidad que los alumnos enrolados en la escuela pública privada, entonces se trataría solo de una competencia de capacidades individuales (e inherentes a cada sujeto) para acceder a un mismo puesto de trabajo, una norma netamente capitalista. 
Es entonces que, a partir de todo lo planteado, parece importante preguntarse si la escuela pública en sus dos variantes (estatal y privada) presenta la alternativa de formar modelos diferentes de ciudadanía. Bien vale considerar la separación realizada anteriormente respecto a la educación pública de gestión estatal y gestión privada, ya que “lo estatal se vinculó a lo ineficiente, burocrático y lejos del control de los usuarios. En cambio, el ámbito privado se identificó con la eficiencia, la eficacia y la productividad” (Feldfeber, 2003: 118). Aclarado esto entonces focalizaremos nuestra pregunta inicial principalmente en la gestión escolar pública estatal, preguntándonos si ¿Es posible construir ciudadanía a partir del desarrollo de valores que promueven la desidia, el desamor al prójimo –y a sí mismo-, la falta de escrúpulos, el desapego al trabajo, la ausencia de proyectos, la delincuencia, la corrupción y las adicciones? Por supuesto que cabe aclarar que todos estos elementos no aparecen como por arte de magia en la práctica cotidiana y en la vida de los sujetos, sino más bien que responden al desarrollo y difusión de una lógica materialista, mercantilista  y desprovista de toda moral que impide promover la integración comunitaria y la solidaridad; situación que en Argentina se materializó durante la década del 90. La respuesta parece ser No, si se considera que la ciudadanía responde a valores como la responsabilidad, el respeto y la capacidad de construcción positiva de los sujetos que en ella viven. Aunque si observamos el presente respecto a esa construcción, bien se podría pensar que Sí existe otra concepción (opuesta) de lo que significa la ciudadanía, ya que los valores utilitaristas e individualistas contextualizados en un espacio de exclusión y pobreza estructural, se han apoderado de las subjetividades de muchos individuos, y es justamente, en este lugar (rezagado), donde queda la escuela pública estatal.       

¿Qué hacemos desde la acción específica de los Equipos de Orientación Escolar (EOE)? ¿Y desde la acción específica del Orientador Social (OS)?

Según la Dirección de Psicología Social Comunitaria y Pedagogía Social de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires; los EOE son un “soporte conformado por recursos docentes especializados que orientan, con el auxilio de saberes y prácticas específicas de cada rol, a los alumnos, padres y docentes de una comunidad educativa tanto a nivel institucional como distrital” (Comunicación Nº04/07, p. 6). (Una gran parte de) Las escuelas públicas estatales disponen de estos equipos para abordar las distintas problemáticas que afectan el rendimiento educativo de sus poblaciones. Distintas problemáticas que, en realidad, se desprenden de un mismo estado de situación inicial, a saber, las condiciones de exclusión, pobreza y falta de recursos (materiales y culturales) que impiden que el proceso de enseñanza – aprendizaje de los niños/adolescentes se efectúe bajo circunstancias positivas y constructivas. Desde aquí existen dentro del EOE, distintas “orientaciones escolares” que efectúan una acción concreta, específica y necesaria para la comunidad educativa que asiste a esa escuela. Y si bien cada orientación específica actúa desde lo particular de su área, a la vez también actúa interdisciplinariamente con las otras orientaciones que conforman el EOE, con la finalidad de obtener mejores resultados respecto a las intervenciones que necesita cada caso escolar. En este caso, el presente trabajo centrará el enfoque en el rol concreto de la Orientación Social, debido a que su autora ha ejercido el cargo de Orientadora Social (OS) y por ello, el motivo de esta aproximación teórica.  
La Dirección de Psicología Social Comunitaria y Pedagogía Social de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, explica que el OS es el encargado de analizar, estudiar y construir “criterios respecto de las oportunidades educativas que genera o puede generar la comunidad escolar y el campo educativo desde la perspectiva del Trabajo Social y la Pedagogía Social” (Comunicación Nº04/07, p. 8). En este sentido, el OS “se desempeña en diferentes campos de actuación: comunidad de aprendizaje o aula, comunidad educativa o escuela, y comunidad en diversos contextos sociales y ámbitos de desarrollo. Aborda las distintas situaciones desde los enunciados de la promoción y protección de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, teniendo en cuenta los principios de la interculturalidad, la convivencia, el respeto mutuo ante la diversidad y el cuidado del ambiente. Aborda cuestiones atinentes a los grupos de alumnos/as, y se vincula con sus familias recuperando los saberes de la comunidad en un proceso de retroalimentación. Asimismo trabaja en red con otras instituciones existentes en el distrito, la región y las jurisdicciones provincial y nacional para garantizar el ingreso, la permanencia y el aprendizaje de los niños/as y los/las adolescentes y adultos en la escuela. Realiza acciones de articulación y coordinación intra e interinstitucionales con el fin de crear vínculos y espacios de convivencia que optimicen recursos y generen ambientes propicios para el aprendizaje de los alumnos y alumnas. Propicia la instalación y desarrollo de redes comunitarias, y en ese sentido tiende a generar marcos de acuerdo para instalar funciones pedagógicas en diferentes organizaciones comunitarias. Reposiciona el lugar de la institución escolar en el ámbito comunitario, generando lazos de solidaridad social. Fomenta con otros orientadores proyectos de orientación vocacional – ocupacional que generan espacios de participación y circulación de la palabra de los jóvenes y adultos, para que, a partir del reconocimiento de sus potenciales, experiencias y aspiraciones personales y/o grupales, logren apropiarse de saberes socialmente productivos. Participa en la creación de espacios que recuperan las prácticas y los saberes juveniles que, en tanto objetos de conocimiento, permiten el diseño de proyectos que contribuyen a la Construcción de Ciudadanía”( (Comunicación Nº04/07, p. 9). Como podemos observar, el Orientador Social escolar es el agente responsable de compatibilizar los marcos culturales de la población escolar para la que trabaja (esto varía de una escuela a otra) con el logro de un rendimiento escolar aceptable y deseable para dicha población. Esto es viable a través del recupero de saberes y prácticas propias de esa población, como así también la instalación y desarrollo de redes comunitarias que favorezcan la generación de solidaridad social. Estas funciones propias del OS, no pueden realizarse de manera óptima y eficiente si no contribuye el Estado provincial en materia institucional y financiera. Es decir que para la efectiva realización de estos propósitos se requiere, por un lado, de recursos financieros destinados exclusivamente para resolver problemáticas sociales que afecten el rendimiento escolar. Y por otro lado, esos recursos deben equipar y dotar a instituciones de apoyo competentes que trabajen codo a codo con la institución escolar y a través del OS, puedan contener, encausar y resolver (¡fundamental!) las diversas problemáticas de los alumnos (y su entorno) que influyan negativamente en su rendimiento escolar. Parece mentira que deba enunciarse esto como acción principal a seguir, pero lamentablemente la tarea del OS escolar, no cuenta con estos elementos básicos mencionados. Existe una suerte de abandono por parte del Estado hacia la escuela, y también hacia la tarea del OS, respecto a la contribución concreta en materia de asistencia social escolar. Asistir socialmente a un alumno con problemas no se limita a la entrega de guardapolvos, zapatillas, útiles o cualquier otro elemento básico y necesario para el desarrollo de una vida escolar (y en general) aparentemente digna. La intervención concreta que practica el OS escolar intenta integrar de manera idónea, el saber profesional con los recursos específicos que brinda el estado a través de la institución escolar. Si alguno de estos dos elementos falta, entonces la función interventora y reestructuradora no cumplirá su cometido. A partir de ahí, es entonces donde los planteos anteriores respecto al deterioro de la estructura social y material argentina, y la influencia negativa de los procesos de globalización, han producido un fenómeno que puede denominarse proceso de “desinstitucionalización”. Inicialmente las instituciones eran vistas como ordenadoras y estructuradoras de las conductas sociales; eran las legitimadoras de un contrato normativo que permitía establecer ciertos códigos y valores como las pautas a seguir para la vida de los sujetos en una sociedad; la pérdida de esta función normativa es lo que se conoce como desinstitucionalización (Dubet y Martuccelli, 2000). Dicho proceso tiende a transformar a las instituciones en meras tecnocracias que regulan, solo desde la práctica, el orden normativo; ¿qué significa esto? significa que las instituciones ya no transmiten una moral a seguir, sino que se limitan solo a la gestión/utilitarista de las cosas. Por ejemplo, “la escuela integra poco a poco modelos de administración, fija programas y objetivos, y ya no se dedica tanto a decretar una moral”(Dubet y Martuccelli, 2000: 232). Este fenómeno, a su vez, genera un nuevo modelo de subjetividad: el desarrollo del individualismo y el utilitarismo. A partir de los cuales los sujetos, al carecer de un espíritu guía que les brinde espacios institucionales de compromiso y solidaridad, comienzan a encerrarse en si mismos atendiendo, unívocamente sus necesidades, éstas últimas orientadas casi exclusivamente a una cuestión material e instrumentalista. Este nuevo fenómeno viene a modificar lo que se entiende por institución. Es lo que Ana María Fernández considera como “lo instituido” y “lo instituyente”. “Lo instituido” es toda aquella producción de sentido que se encuentra consolidada y aceptada en una sociedad; mientras que “lo instituyente” viene a ser el cambio de esa producción de sentido que se encontraba legitimada y consensuada socialmente. El traspaso de esa institución moral que supo ser la escuela (lo instituido), pasa, hoy a ser una sencilla administración de las cosas basada en el desarrollo y crecimiento de un severo individualismo (lo instituyente); individualismo que se transforma, en el caso de la escuela pública estatal, en un profundo abandono y desarraigo de los valores y normas que fueron el eje vertebrador de un (único) modelo de ciudadanía a seguir. Desde aquí solo resta reflexionar que podemos, desde la acción de un OS (no menos importante la del EOE completo), brindar a un sujeto con serios impedimentos para efectuar su proceso de aprendizaje; es decir, que herramientas básicas y necesarias puede recibir éste, para que pueda revertir esa desventaja. Resulta difícil poderlo conseguir debido al avance de la exclusión, la desinstitucionalización y el individualismo generalizados; todas caras distintas de un mismo problema, el problema del abandono y desinterés enmarcado en la descentralización y autonomización de las cosas, y especialmente de la cosa pública.             

¿Cómo observamos y qué cosa observamos?

Este trabajo es producto de una percepción personal, inherente a la práctica profesional que incumbe al Orientador Social en escuelas de Educación Primaria Básica de la Provincia de Buenos Aires.
A través de la concurrencia, durante el año 2007, a distintas reuniones plenarias, algunas para OS y otras para el EOE completo de cada escuela del distrito de Quilmes, organizadas por el área de Psicología Social Comunitaria y Pedagogía Social de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Bs. As.; he tenido la oportunidad de conversar, de manera informal y en el marco de las reuniones mencionadas, con otras colegas que también les tocaba la tarea correspondiente al OS y he notado en sus discursos (los cuales no han sido registrados ni verbal ni gráficamente), e inclusive en el mío propio, una sensación de desconcierto y abandono respecto a las acciones a emprender, bajo la regencia del estado, para asistir y atender los diversos casos escolares. Lo señalado no apunta a expresar que las OS consultadas desconocen sus áreas de incumbencia profesional o no están debidamente capacitadas para la tarea que desempeñan, sino más bien apunta a describir un estado de desamparo y ausentismo institucional que impide avalar y respaldar el buen ejercicio del cargo. Se plantearon diversas situaciones/problemáticas que aparecen regularmente en las escuelas, como ser: adicciones, ausentismo, violencia familiar, trastornos de conducta, entre otros; y he notado que en todos los casos, si bien existe un patrón común de acciones a seguir –y cada OS desde su práctica individual reconoce y procede debidamente-, aparece una sensación generalizada en afirmar que no existe un soporte institucional –material y simbólico- desde el rol del estado, que permita que las acciones del OS se apoyen en dispositivos materiales concretos que brinden un resultado positivo para la gestión. Esto es, por ejemplo, existe la necesidad de derivar a un alumno a consultar un terapeuta, como la familia carece de recursos (obra social, en este caso), se le indica que asista a una salita barrial, dispensario u hospital zonal; cuando la familia del alumno lo hace, en muchos casos aparecen trabas exógenas ligadas a conflictos gremiales del lugar, escasés de recursos humanos y materiales (no hay turnos por 6 meses, no hay material descartable, etc.), entre otros. Frente a esto el alumno regresa a nosotros con el planteo de su problema y nos pregunta que hacer… que cosa podemos responder nosotros que no sea regresar a la institución las veces que sea necesario e insistir hasta lograr ser atendido. Ahora como profesional me pregunto: ¿Es esto una situación deseable, como práctica normal y sistemática, que para que un sujeto con diversas problematicas pueda, al menos, acceder escasa o parcialmente y con una calidad profesional/institucional, a veces, dudosa, a la resolución (o paliativo) de su situcion social? Definitivamente, NO. Sin embargo, esta situación se ha generalizado (y aún se generaliza) cada vez más. Estos hechos generan una violencia intrínseca que lo único que hacen es crear un circulo vicioso de violencia. Según Pierre Bourdieu (1999) “la violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aun, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural...”(p.224/225). Es decir que la violencia simbólica es aquella que se naturaliza (por parte del afectado) como situación regular y cotidiana. Además el autor explica que el desconocimiento acerca del lugar que ocupa el individuo dentro de la estructura social, hace que se genere una violencia que se desconoce como tal. (…) “llamo desconocimiento al hecho de reconocer una violencia que se ejerce precisamente en la medida en que se le desconozca como violencia”, como así también al “aceptar este conjunto de premisas fundamentales, pre reflexivas, que los agentes sociales confirman al considerar al mundo como autoevidente, es decir, tal como es, y encontrarlo natural, porque le aplican estructuras cognoscitivas surgidas de las estructuras mismas de dicho mundo”(Bourdieu 1995: 120). Dicho esto, bien se puede afirmar que estamos frente a una situación de violencia simbólica ya que el sujeto que tiene una severa carencia o problema a resolver, espera desde una institución (en este caso la escuela, a partir de la atención del OS) esa ayuda u orientación requerida para encausar y resolver su inconveniente; y el no poderla obtener, hace que ese sujeto lejos de acercarse a una solución, profundice aún más su problema, hundiéndose en él. Hundimiento que, lejos de revertirse, genera una situación de violencia que termina por naturalizarse y cotideanizarse. Frente a esto ¿Qué lugar le cabe al OS? ante el sujeto en cuestión viene a ser la cara visible de la institución escolar – estatal que lo contiene (contención sin contenido) y que por eso, se presenta casi como una de las pocas posibilidades (o única quizás) de obtener un resultado positivo para resolver su problemática. Cuando un profesional que atiende poblaciones en riesgo no cuenta con el debido soporte institucional y material para completar satisfactoriamente su labor, también se genera un foco de violencia, un foco de violencia entre el profesional y la institución para la que trabaja. Así nos sentimos hoy muchos OS, e intuyo que si indagáramos en las figuras de otros orientadores, éstos darían una respuesta similar. Es decir que la sensación de abandono se materializa en un doble sentido, ya que el abandono institucional que seguramente sienten los sujetos en situación de riesgo, es el mismo abandono que sentimos los OS, desde nuestro lugar profesional.          

¿Qué decir?...

Existen dos palabras que pueden resumir y describir la problemática planteada: abandono y naturalización. La autonomización/desregulación de ciertas esferas estatales como la educación (entre otras), hizo que las necesidades y requerimientos propios del área, se diluyeran y tomaran de una forma muy laxa, minimizando y restándole la debida importancia. El cambio de rol de la escuela pública estatal, llevó a redefinir la función social de dicha escuela respecto a la formación de sus poblaciones, ya que también éstas, lejos de contar con la heterogeneidad (cultural) que supieron tener en las décadas anteriores a los `90, ahora tienden a la homogeneidad, homogeneidad de carencias. Si bien el Estado presenta un discurso semejante en materia de construcción de ciudadanía, respecto a épocas pasadas, la realidad indica que esos valores allí enunciados quedan sencillamente como palabras que no poseen referente alguno en la realidad, al menos con la realidad de la escuela pública estatal. De modo que la tarea de asistencia y contención fue la tarea principal que asumieron las escuelas (en detrimento a formar y construir sujetos con verdadera conciencia ciudadana). Desde aquí comienza a focalizarse el rol de los EOE, y dentro de éstos de los OS, quienes deben articular una práctica profesional de intervención con un soporte institucional, no solo de la escuela, sino aún más importante del Estado (en este caso provincial). Si bien este apoyo existe en un modo textual, la realidad muestra que la intervención estatal en materia educativa, no alcanza y tampoco logra un resultado favorable. Las diversas problemáticas que atraviesan a la población de la escuela pública estatal, confluyen en un mismo origen inicial: el aumento de la pobreza, el desempleo, la exclusión y la marginación. A partir de ahí la tarea del OS, como figura visible de la asistencia y presencia estatal en materia escolar, aparece como despojada de todo soporte institucional. La disfunción y deslegitimación institucional que sufren los organismos de salud, de minoridad, educativos, entre otros; hacen que la intervención social no cumpla siquiera, en un modo paliativo, con la solución a las diversas problemáticas de los alumnos. Y es justamente, esta situación la que se naturaliza y acepta como “algo normal”. “Es normal que en el hospital no haya turnos, es normal que en el dispensario estén de paro, es normal que no me atiendan”, etc., etc., etc. Este “maltrato” que recibe el afectado por una problemática social, no hace otra cosa que plantear algo que se llama sufrimiento institucional del vínculo. “…sufrimos del hecho institucional mismo en razón de los contratos, pactos y acuerdos, inconsistentes o no, que nos vinculan recíprocamente en una relación asimétrica, desigual, donde se ejerce necesariamente la violencia, donde se experimenta necesariamente la distancia entre por un lado, las exigencias restrictivas y los sacrificios o abandonos de los intereses del Yo, y por el otro, los beneficios esperados” (Kaes, 1998: 37). Si bien esta afirmación responde a poder pensar el vínculo institucional escuela – alumno/familia, no es menos importante considerar que la calidad de los vínculos institucionales en general  (no solo escolar), para las poblaciones con serias carencias materiales y sociales, presenta estas mismas características de sufrimiento señaladas, ya que el acostumbramiento al maltrato se normaliza y se sistematiza como práctica cotidiana e inapelable, instaurando la idea generalizada que “no existe otra posibilidad”. Un claro ejemplo de esto es cuando el sujeto internaliza nociones como “Es normal que en el hospital no haya turnos, es normal que en el dispensario estén de paro, es normal que no me atiendan”. La imposibilidad recurrente y sistemática de resolver definitivamente la causa de sus problemas, no hace otra cosa que reforzar y consolidar una situación de violencia y desigualdad cada vez más difícil de revertir. Como fue señalado antes, esta afirmación es útil para pensar la relación sufriente que establece el sujeto (alumno/familia) con al institución educativa. Ya que, frente a la presencia de problemáticas sociales que afectan el proceso educativo de los sujetos en situación de riesgo, tampoco les es posible resolver dichas problemáticas en pro de lograr un trayecto educativo que les permita insertarse y mantenerse dignamente dentro de la dinámica social. Así mismo, el OS, como agente ejecutor e instrumentador de políticas sociales para el área escolar, siente un profundo abandono y desvinculación institucional de parte del Estado y, en algunos casos, también desde la institución escolar; situación que permite reflexionar acerca de la necesidad de compatibilizar la acción profesional conjuntamente con la intervención pública del Estado (desde lo institucional, financiero y político) para lograr un resultado óptimo y aceptable que revierta y encamine las diversas problemáticas sociales que afectan seriamente el rendimiento escolar y la futura inserción social – laboral de sus alumnos. Es un enunciado sencillo y de fácil comprensión, sin embargo es su ejecución la que esta seriamente en juego.        


















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[1] Diseño Curricular para la escuela secundaria, Construcción de Ciudadanía de 1º a 3º año, Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, Pág. 32 y 33

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