sábado, 29 de marzo de 2014

RALPH, EL DEMOLEDOR



                                                                                                                                La Sociedad hoy…
Hoy todos somos “Ralph, el demoledor”

Por Florencia Graziadío*

Hay al menos tres cuestiones que hoy giran entorno al sujeto posmoderno: la inseguridad por la que transita su existencia, la estigmatización de su condición social y la posibilidad real de revertir estas cuestiones.

La película infantil, Ralph, el demoledor (porque a pesar del mensaje complejo que nos deja, entra en la categoría “infantil”), presenta y juega todo el tiempo con estos tres elementos señalados. Sería en vano relatar su argumento, ya que es mucho más productivo e impactante verla. Solo basta con enunciar algunos fragmentos para señalar lo dicho.
La historia relata la vida de un antiguo villano de los videojuegos que busca deseperadamente “ser bueno sin dejar de ser malo”, pero el costo de esta meta es lo que se podrá ver a lo largo de toda la película, y como por supuesto es una película, hay final feliz: “el villano” logra su cometido. El precio que Ralph pagará tiene que ver (explicado así por él mismo) con salir del basurero (su lugar de vida, después de su trabajo) y lograr vivir en el “Penthouse” donde viven todos sus compañeros de trabajo, menos él, de hecho nuestro villano sufrirá el desprecio y descalificación por su condición social por parte de todos sus compañeros. El reto que ellos le impondrán es “gana una medalla y vivirás con nosotros en el Penthouse”, pero la mala noticia es que “los malos no ganan medallas”. Este será el desafío de nuestro personaje.  
Estos datos nos enfrentan a ver claramente el fenómeno de la exclusión y la estigmatización que cada uno podemos atravesar en nuestra existencia, y el esfuerzo infrahumano que podríamos hacer para cambiarlo.
¿Quien de nosotros alguna vez no se sintió como el pobre Ralph?
A partir de esto, nuestro “buen villano”[1] comienza la búsqueda de su “medalla de oro” para lograr la aceptación y el agrado de su gente y entonces ingresa a un juego terriblemente violento llamado Hero´s Duty, donde es posible ganar una medalla si antes logras matar o evitar unas arañas gigantes (cybug) que te comerán: la vida en riesgo por el orgullo de una medalla! Si! Eso es! A eso se enfrentará Ralph: con la suerte de llegar hasta su ansiada medalla. Luego aparecerá en una capsula espacial despedido hacia Sugar Rush, un juego sumamente infantil y dulce de niñas que corren carreras con coches divertidos. Allí perderá su medalla y encontrará a un personaje que lo hará verse reflejado en ella, la débil y hábil Vanellope Von Schweetz. Ambos personajes perseguirán el mismo cometido: ser aceptados por sus compañeros. El precio de esa aceptación pondrá en riesgo sus vidas, que más da! Si la vida que llevan ambos así no les sirve, quieren otra mejor (¿es “turbo” querer más vida, querer amigos? Dice Ralph con sus compañeros villanos de terapia de grupo).
Aquí aparece un segundo dato interesante: la inseguridad por la que muchas veces transitamos para alcanzar nuestros objetivos. La exposición que hacemos de nosotros en la búsqueda de mejores condiciones de vida, no llega a ser medida por cada uno (por un mejor trabajo, un mejor pasar, una mejor vida, por vivir mejor acompañados, etc.).             
Lo último es que tanto Ralph como Vanellope logran sus objetivos de reconocimiento y así revierten sus existencias excluidas e inseguras en reconocidas, felices y seguras. Lo cierto es que en la realidad no siempre es posible revertir “de un plumazo” tan pesados estigmas como la exclusión y la inseguridad en la vida de un sujeto, resulta que hay factores culturales, sociales, económicos, políticos y etc. que complican el argumento reduccionista de nuestra película.
Sin embargo es necesario agregar algunos elementos muy importantes que atraviesan el relato del film. En una época digital y tecnológica como la que vivimos, el argumento rescata el léxico típico de la informática aplicado a la vida humana: si mueres fuera de tu juego no te regeneras; es importante jugar mientras esté abierto el Arcade; eres una falla y las fallas no pueden participar del juego; si el juego no cuenta con cada personaje para funcionar, te desconectan y si te desconectan ya no puedes volver a ser un juego, los virus no se detienen jamás, entre otros. Juguemos un poco con todo esto.
La Sociedad en la que vivimos nos marca límites, cualquier intento por salir o entrar en esos límites nos coloca frente a riesgos, muchos de los cuales pueden poner en serios peligros nuestra existencia como sujetos. En nuestra película el Arcade es la Sociedad que contiene a cada “juego” o nosotros (sujetos sociales) en interacción. Y las “fallas” son todos los excluidos que no supieron acomodarse solos a las reglas/limites de esa sociedad. ¿Cuántas “fallas” hay en la actualidad de cada sociedad? Las estadísticas oficiales nunca dicen la verdad al respecto. De todos modos habría que ver si es posible llamarlos “fallas”, pues “ellos son parte de nosotros”, tienen nuestra misma identidad: la humana. Además hay responsabilidades compartidas por la existencia de esas “fa fa fallas”.
Además, aparece muy presente en la película la idea de vejez y juventud: Ralph es un villano que hace 30 años hace lo mismo, demoler un edificio como villano. Quiere un cambio radical para su vida, un cambio como ser aceptado por lo que es: un villano bueno. Los videojuegos actuales son muy violentos (así lo ve el mismo Ralph), esto ubica a nuestro villano como alguien bueno, ya que sin cambiar nada dentro de su juego, se transformará en “bueno” (por la ingenuidad y simplicidad de su dinámica).
Hoy la sociedad, a través de los Medios Masivos de Comunicación, nos dan una imagen de perfección, bienestar y eternidad con la estampa de la juventud, de hecho la letra  ochentosa de Alphaville nos dice “Forever young, I want to be forever young, do you really want to be forever, forver young?...”[2], y este estribillo nos muestra la potencia de este imaginario tan fuertemente arraigado en nuestra sociedad. La vejez, en cambio no habla de madurez ni de sabiduría, ser viejo es estar “afuera de todo” y esto nos pone en peligro, en peligro de no ser humanos, por no ser jóvenes (o al menos aparentarlo!). ¿Cómo no pensar en éstos términos (joven/viejo) cuando de tecnología se trata? Y en una vida como la actual donde nuestra sociabilidad está atravesada por la tecnología (redes sociales, Internet, celulares, gps, etc.) ¿Cómo no proyectar estas categorías a nuestras clasificaciones sociales? Eso hacemos hoy todo el tiempo.            
Otro punto presente en toda la película la dualidad entre “malos” y “buenos”, y muchos de los “malos” tienen una imagen “buena” hasta que el final de la película muestra lo contrario y viceversa: la ruda y hermosa Sargento Calhoum, en realidad resulta ser una mujer sumamente sensible y enamoradiza como cualquier otra, mientras que el soberano de Sugar Rush, “King Candy” resulta ser “Turbo”, un horroroso hacker que viene de otro juego que borra y reprograma los códigos de las corredoras, desplazando a la verdadera soberana del juego: la adorable Vanellope Von Schweetz.
Los sujetos posmodernos (odio este término!) vivimos atravesados por la dicotomía y el antagonismo: buenos y malos, pobres y ricos, violento e ingenuo, de derecha y de izquierda, desarrollados y subdesarrollados, europeos y sudacas, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, etc. Aunque esto no fue diferente en los inicios de la modernidad… la diferencia es que ahora las brechas entre cada extremo se han alargado mucho más, eso hace que sea cada vez más difícil pasar fácilmente (o simplemente no poder pasar) de un extremo al otro.     
Los invito a ver la película y seguir descubriendo reflexiones aun más profundas que los bosquejos argumentales que humildemente puede hacer. Es un buen ejercicio para nuestro espíritu crítico.











* Licenciada y Profesora en Sociología, graduada en la Universidad de Buenos Aires.


[1] “soy malo y eso es bueno, yo nunca seré bueno y eso no es malo” dicen Ralph y sus villanos amigos de terapia.

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